La materialidad del murmullo, los rastros digitales, los autorretratos que se construyen a partir de las huellas que dejamos en la órbita digital.
La interacción, pero actual simbiosis con los dispositivos electrónicos.
Nuestra constante necesidad de dar, dar, dar, nuestra información y querer saber siempre antes,
La tecnología y su capacidad de anticipo, su capacidad de extracción, extracción del tiempo, de la atención, de lo espontáneo, de un encuentro en la calle sin esquivos.
El murmullo es un ruido que se hace hablando. No se percibe lo que se dice, es continuo, confuso. Los likes son un murmullo actual. Son las constantes demostraciones de aprobación y desaprobación, son los certificados del espionaje más trunco. El murmullo por más suave que sea su volumen tiene la capacidad de aturdir, de perturbar los sentidos, de golpear. Estas ideas surgen de lecturas como “La intimidad como espectáculo” de Paula Sibilia. También se relacionan con Byung Chul Han en “Psicopolítica” cuando desarrolla sus ideas sobre la libertad hoy, convertida a una sucesión de coacciones; y a necesidad de entregarse uno y toda la información que se cree necesaria a sistemas de redes.. “El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayo es el poder, más silenciosamente actúa” dice Han y expone la dependencia social de estos deseos, nuestras vulnerabilidades que permiten que sean dirigidas nuestras voluntades por medio del capitalismo del “me gusta”.
El desafío, pensar en que la gran mayoría de las interacciones se hacen interesadamente con fines de intercambios, consumos, en manifiesto a ello, la búsqueda de acciones desinteresadas. El desafío del desinterés, del desprendimiento, del desapego de todo provecho personal. Ser libres del interés.
El final: en el suelo con una oreja y escuchar con atención los murmullos que van adquiriendo cuerpo, que van desprendiendo su propia materia. El murmullo deja sus residuos. Los susurradores.